Si paseas por la playa y te concentras en la arena que pisas no tardarás en descubrir unas pequeñas perlitas de plástico, también llamadas pellets o nurdles. Estas tienen un tamaño inferior a 5 mm aproximadamente y forma esférica. Son conocidas como lágrimas de sirena y pertenecen al conjunto de los microplásticos.
¿De dónde vienen?
Principalmente provienen de derrames accidentales de industrias que los utilizan para fabricar materiales plásticos de los que consumimos cada día. Pero también aparecen como consecuencia del desgaste de plásticos de mayor tamaño que se acumulan en la costa porque son desechados por los ciudadanos.
Su aspecto puede resultar similar al de los huevos de algunos peces y otros animales marinos y esto causa que algunos organismos los ingieran, lo cual provoca problemas para estos. Y no solo para ellos, si los plásticos están presentes en algún componente de la cadena trófica que llega a nuestra mesa, en última instancia podemos ingerirlos también nosotros aunque ni siquiera seamos conscientes. Estos plásticos, además, acumulan muchísimas toxinas.
¿Cuál es la solución?
Como en cualquier problemática la forma más efectiva de remediarla es desde la raíz o la base, en este caso, tratando de establecer un cuidado exhaustivo por parte de las industrias en el manejo de estos plásticos para evitar que acaben donde no deben. Regulando dichas actividades.
Pero eso puede sonarnos demasiado grande para darle una solución como ciudadanos de a pie. Y claro, de nuevo caemos en ese sentimiento de “ el problema es demasiado grande” que nos lleva una vez más a no hacer absolutamente nada.
Desde nuestra posición, lo más importante es estar concienciados y apoyar las medidas a favor del medio ambiente.
Por supuesto también es imprescindible que no depositemos nuestra basura en la naturaleza. Pero además, también podemos ayudar acudiendo a limpiezas de playa o realizándolas nosotros de manera independiente. Es sencillo, cuando vayamos a la playa y veamos estos plásticos, los recolectamos y así evitamos que se instalen en el ecosistema.
Tanto en el campo como en la playa, debemos dejar los lugares que visitamos mejor de lo que nos los encontramos.
Está claro que si existieran las sirenas llorarían por todo el daño que causamos al océano. Lo peor es que nosotros, que sí existimos y somos participes de las atrocidades, lo dejemos estar.
Por último me gustaría dejaros un pequeño cuento que nos muestra que las pequeñas acciones sí cuentan. Me lo contaron de pequeña y a menudo lo tengo en mente.
“Un hombre paseaba por la playa y observó a lo lejos a un niño que se agachaba y se levantaba lanzando cada vez algo al mar. Cuando se aproximó le preguntó qué estaba haciendo y el niño le contestó que estaba devolviendo a las estrellas de mar varadas en la orilla al agua, antes de que murieran. El hombre extrañado le replicó que había miles de estrellas varadas y que no le daría tiempo a salvarlas todas. Y el niño, le contestó, que al menos a esas, ya las había salvado. El hombre reflexionó y desde ese momento decidió seguir el ejemplo del niño.”
El cuento es muy simple pero ilustra bien esta cuestión. No debemos dejarnos llevar por el derrotismo, el pasotismo o la indiferencia.
Cuesta pensar que nuestras acciones tengan consecuencias globales, pero pueden tenerlas, tanto positiva como negativamente.
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